8 de Septiembre de 2020
La traza palaciega de esta casa solariega es el resultado de
las numerosas transformaciones emprendidas por la familia de Padua y continuadas
por la familia Torres Madrazo, durante los siglos XVIII y XIX. La edificación
parte de un conjunto de viviendas y dependencias auxiliares en las que vivieron
el regidor Diego Centeno, pun presbítero y el único maestro tejedor de la
localidad, Agustín Mesonero.
Se trata de una casa singular por varias razones: la reja
exterior permite contemplar un patio interior, diseñado como un jardín
italiano, con cipreses, paseos y agua, algo que no es habitual en la villa; y
los productos que cobija y llevan su nombre –el Óleo de Padua y el Vino Sacro-
aportan a Ledesma un poco del aire y estilo italiano que, según la tradición,
en el siglo XVIII viajaron de la mano de Dña. Manuela de Padua a través de
Portugal hasta la dehesa salmantina.
La Puerta de San Nicolás
En ninguna ciudad hay dos plazas iguales. L experiencia que
genera, la actividad que allí se desarrolla o su ubicación, van perfilando la
forma y el carácter de cada una de ellas.
Esta placita de San Nicolás, reclinada sobre la muralla, con
su aspecto irregular, recuerda un espacio de juegos o un lugar para la venta
ocasional. Cumple su función de punto de partida, o llegada –según se mire-, de
la puerta de su mismo nombre.
Justo aquí al lado se encuentra el arco de San Nicolás, que
conectaba el centro con algunos de los barrios y parroquia extramuros de la
villa. En total eran siete, denominados de los Mesones, del Mercado, Ventas,
San Jorge, San Pablo, Santa Elena y Huertas. Los nombres de estos arrabales nos
orientan acerca de la actividad de sus habitantes.
Esta puerta fue llamada también de los caldereros, un gremio
bien organizado que tuvo mucho peso en Ledesma, a tal punto que en el siglo
XVIII disponía de cincuenta y un miembros. Calderos, sartenes, aperos,
herramientas, todo lo que tenía qie ver con los metales y suu manejo, construcción
o reparación, era de su competencia.
Y también desde aquí, por nuestra izquierda, se sube al Mirador del Adarve de la muralla, desde donde se descubre la posición dominante de Ledesma sobre el territorio que la circunda. Este privilegiado emplazamiento facilita la existencia de miradoes y balcones, ideales para la vigilancia en otro tiempo y muy adecuados hoy para observa, imaginar o simplemente respirar.
La traza románica de esta hermosa y bien conservada puerta
permite suponer que fue levantada en tiempo de la repoblación, durante el
proyecto inicial de amurallamiento de la villa, en el reinado de Fernando II de
León. Sólida, construida con sillar y sillarejo de granito, cuenta con bóveda
de medio cañón y está defendida al exterior por dos torres semicircular de
mampostería.
Mirándola con detenimiento, hay algunos indicios –a veces
tangibles y otras no- que sugieren que por ella fue llegando siglo tras siglo
la historia: la grande, la de los reyes, condes y duques y también la pequeña,
la más cercana, la que pertenece a caldereros, labradores pescadores y
enamorados, viajeros o soldados.
Y que transitándola despacio, con sigilo y especialmente si
es de noche, se entra también en la leyenda:
“Cuentan que en el año 745, en plena dominación musulmana,
Galofre el wali de la villa, mandó degollar a su hijo Alí –bautizado Nicolás-,
posteriormente lapidarlo y quemarlo junto a los clérigos Nicolás y Leonardo por
haberse convertido al cristianismo.
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